¡Del pasado uzbeko al presente europeo… viaje a través de la fotografía!
- APPO
- 21 may
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París, enero de 2025. Llego a la sala de exposiciones de la sede de la UNESCO para ver la muestra de fotografía “Tesoros atemporales: el patrimonio cultural judío a través de los ojos de jóvenes fotógrafos”, donde participa Behzod Boltaev, representando a Uzbekistán junto a un grupo selecto de seis jóvenes fotógrafos internacionales cuyo tema común es el patrimonio cultural judío.
A mi llegada, no lograba encontrar la entrada al lugar, fue entonces que ubiqué la bandera uzbeka flameando orgullosamente en medio de todas las banderas de las Naciones Unidas, y, así, mi camino, nuevamente. Una vez dentro del lugar, dos grandes paneles de anuncio indican: “El legado cultural de los judíos de Uzbekistán” y “Uzbekistán, centro histórico de Bukhara”. Ambos me confirman que he llegado al lugar correcto.
En efecto, existe una diáspora judía que habita en Uzbekistán desde el siglo X a. C.; especialmente en la ciudad de Bukhara. Los judíos bujaríes históricamente están ligados a la Ruta de la Seda y al comercio que se realizó a lo largo de sus caminos durante siglos. Y, hasta la fecha, siguen contribuyendo significativamente a la economía de ese país.

Manteniendo intacto su idioma, derivado del tayiko de raíces persas, ellos han aportado un bagaje cultural único en el mundo. Sin embargo, hoy en día, solo el 1% de los 200 mil judíos bujaríes se encuentra en Uzbekistán; casi el 60% vive en Israel y el 30% en los Estados Unidos. Podemos, entonces, decir que actualmente la cultura judía bujarí se encuentra en peligro.
A través del ojo de Behzod, en la sala de exposición contemplamos fotos que nos cuentan las tradiciones de aquellos que aún viven en Bukhara y cuyo legado motiva la labor de protección que realiza el fotógrafo. Entre las imágenes se pueden apreciar:
Una mujer celebrando el Yusvo (celebración judeobujarí que conmemora al difunto en el aniversario de su muerte),
Un hombre joven y un anciano orando en la sinagoga de Bukhara,

Un niño jugando en el salón de una casona típica judeobujarí, que data del siglo XIX d. C. y que fue habitada por cuatro generaciones,
El chazan (cantor judío) en la sinagoga del Mahalla-i-Nav (barrio nuevo judío),
Un sepulturero del cementerio judío de Bukhara, y
La actual mezquita Magok-i-Attari, que existe desde después del medioevo, edificada sobre los restos de un templo zoroástrico, y que sirvió como templo de culto tanto para musulmanes como para judíos bujaríes al mismo tiempo.
No cabe duda de que el trabajo de Behzod es colosal; sin embargo, esto debería ir de la mano de acciones efectivas de las organizaciones nacionales e internacionales que permitan recuperar el savoir-faire de las culturas ancestrales, estudiar sus tradiciones y difundirlas. Uzbekistán atraviesa un gran reto frente al desarrollo galopante, tanto económico como turístico, y necesitará fuertes inversiones que, de

manera inmediata, velen por la protección de sus valores culturales en peligro.
Al concluir mi visita, emprendo el regreso hacia la estación del subterráneo Cambronne de París. Al subir al tren, un flashback me asalta —cual derviche retornando a Bukhara, experimento nuevamente un viaje al pasado del pasado, inmerso en uno de aquellos relatos de Las mil y una noches, en el salón de una añeja residencia uzbeka de corte persa, en compañía del artista que, cámara en mano, desafía el olvido y nos recuerda que cada imagen es una puerta al alma de un pueblo milenario al que salvaguarda con su arte… ¡Behzod Boltaev!
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